En esta segunda parte de nuestro viaje por Ceilán hemos tenido oportunidad de visitar templos ancestrales, subir montañas para contemplarlo desde las alturas y relajarnos en playas desiertas, una variedad de actividades para todos los gustos.
Aunque una de las pegas que puede tener el país es la poca variedad de su gastronomía, hasta el punto de convertirse en un martirio cada vez que íbamos a comer, y no porque la comida local esté mala sino por lo aburrido que es elegir entre tres platos diferentes a cual más picante. Los cingaleses comen por necesidad y no por el placer de comer.
Nuestra primera experiencia culinaria en este país no auguraba nada bueno. Al dar la hora de comer paramos en el primer restaurante de carretera que encontramos y al entrar nos encontramos con cinco ollas de barro encima de una mesa. Al preguntar al camarero nos fue enseñando una por una su contenido: arroz, pollo y varios tipos de verduras, pero la verdad que ninguna tenía buena pinta. Un restaurante tipo bufet pensamos. Cuando paramos en el siguiente restaurante y luego en el siguiente comprobamos que todos tenían exactamente lo mismo, ahí fue cuando nos empezamos a preocupar.
Menos mal que en uno de ellos tuvimos la suerte de encontrar a un comensal que hablaba un poquito de inglés, el cual indicó al camarero que nos sirvieran lo que es su plato estrella nacional: Chichen curry, que básicamente se compone de arroz hervido, un trozo de pollo, verduras cocidas con especias y un trozo de lo que parece una corteza de cerdo. Así es, no os creáis que se calentaron mucho la cabeza.
A parte de eso, otro de sus platos más famosos y que no está nada mal al menos las dieciocho primeras veces que lo comes es el Kottu Rotti, que está elaborado a base de pan partido en pequeños trozos usando unas palas de chapa para cortarlo y haciendo que sea el plato más escandaloso que pueda uno pedir, al que además le añaden huevo, verduras, carne y por supuesto picante.
Sin embargo en el sur tuvimos la suerte de poder disfrutar de varios tipos de pescado, ¡Aleluya! aunque de nuevo vuelven a pecar por querer especiarlo todo demasiado, hasta el pescado fresco. A ellos un plato que no lleve salsas o que no pique como para que se te salten las lágrimas se les hace raro.
Tras esta breve explicación culinaria volvemos a nuestra ruta tuktusera, así que después de dejar Polonnanura nos dirigimos hacia Kandy, situada en el centro del país.
Es una ciudad conocida como la capital de las montañas, mucho más turística y transitada que las que hasta ahora habíamos visto y con una temperatura ideal para descansar un poco del calor. Además de por estar situada en torno a un lago es famosa por el templo de Sri Dalada Maligawa o Templo del diente, donde se custodia supuestamente el canino izquierdo de Buda. Para poder verlo hay que asistir a una ceremonia que hacen un par de veces al día, aunque realmente tampoco llegas a verlo porque está dentro de una especie de urna de oro gigante, que es lo que muestran al público.
De allí partimos a Nuwara Eliya, en el que se encuentra de camino la famosa subida al pico de Adán, aquí puedes leer nuestra experiencia.
Este territorio es el primer productor de té del país, así que aunque la ciudad tampoco tenga mucho que ofrecerte al menos podrás hacer una buena degustación del té a la vez que observas algunos edificios de estilo británico.
Muy cerca de esta ciudad parte un tren a lo que se supone es uno de los trayectos más bonitos que se pueden hacer en el mundo en este medio de transporte, dura un par de horas y conecta las ciudades de Nanu Ooya y Ella. A nosotros la verdad que tampoco nos sorprendió tanto como esperábamos, ya que habíamos pasado con el tuktuk por carreteras de cabras con unos paisajes de cuento.
Ella ha sido una de las zonas más turísticas que hemos visto de Sri Lanka, tanto el comercio como los restaurantes están adaptados totalmente al turismo extranjero. Como pueblo no tiene nada, al igual que todas las ciudades de Sri Lanka, pero lo interesante de este sitio son las numerosas rutas de trekking que puedes hacer para observar sus paisajes y campos de té. Entre una de ellas se destaca la famosa visita a Ella rock, que no es más que una subida a una montaña, lo nuestro son las caminatas.
El recorrido puede durar unas 3 horas según las habilidades montañeras que tenga cada uno para orientarse, ya que no vimos ni un sólo cartel de por donde comenzar y seguir la ruta. Así que te puedes perder en mitad del monte, o puedes evitarlo contratando un Sherpa para que te guíe. Nosotros elegimos la primera opción.
Desde estas hermosas montañas partimos en dirección sur hacia la costa. Nuestra primera parada playera fue en la ciudad de Tangalle, un sitio fabuloso si lo que quieres es tranquilidad, incluso en temporada alta en la que supuestamente estábamos no nos topamos con ningún turista en la playa.
De allí nos dirigimos con nuestro tuk-tuk a Mirissa, con un poco más de turismo pero con un ambiente muy bueno en los bares a pie de playa, donde iluminan las mesas con velas al anochecer.
Muy cerca de este lugar se encuentra la playa de Welligama, perfecta para aprender surf, con olas pequeñitas que rompen bastante lejos. Así que no desaprovechamos la oportunidad para iniciarnos en este deporte. Hay cientos de escuelas que se ofrecen a darte clases, eso si, no esperes encontrar a muchos profesores certificados ya que la impresión que nos dio es que la mayoría son chicos sin demasiada experiencia y un inglés bastante pobre, por lo que no hay mucha diferencia en alquilar una tabla por tu cuenta para revolcarte en las olas. Además nos coincidió con un campeonato de surf aunque las olas eran un poquito grandes para nuestro nivel.
Antes de continuar nuestra subida hacia la capital, decidimos ir a conocer Galle, que fue durante muchos años el principal puerto del país. Lo más interesante del lugar es el fuerte, bastante bien conservado incluso después de un fuerte terremoto que sufrió hace unos años. Dentro hay bastantes restaurantes y hoteles no muy aptos para bolsillos mochileros pero el paseo tanto por sus calles como alrededor de la muralla bien merece la pena.
Nuestra última parada nos lleva a Bentota, ciudad costera y bastante tranquila pero ideal para tomar fuerzas antes de volver a Negombo donde teníamos que devolver nuestro querido tuktuk antes de tomar el vuelo rumbo al siguiente país.
Esa frase de que el pueblo come por necesidad y no por placer de comer, me dejó intrigada. Por un lado, la culinaria de un pueblo de una cultura es producto de las necesidades ambientales y sociopolíticas, mas siempre hay una revolución, de mayor o menor grado, en esa manifestación culinaria y por eso la diversidad de platos para cumplir con la función nutricional y del placer, que no deja de ser una manifestación social.
Por otro lado, sera que esa poca variedad de comuda es parte de una humildad, de una resignación milenar aprendida como si fuera un carma en la vida?
Yo soy de las que en la variedad está el placer y la vida, entonces tendré que llevar algunas cositas como harina de tapioca (del Brasil), harina de maiz para las arepas, frutas secas y granola. Leche encuentro? jajaja
Buen viaje mis navegantes andantes, experiencias, muchas más experiencias para la vida. Besotes
Me encantan todas las fotos!
Muchas gracias Yoli!